Ponyo en el Acantilado

Animación y sentimiento

Hayao Miyazaki es un viejecillo de aspecto afable y barba blanca, que lleva haciendo películas y series de dibujos animados la tira de tiempo. Por ejemplo, hace poco hemos hablado en Tururú de EL Castillo de Cagliostro, una película de los setenta. Miyazaki consiguió el óscar a Mejor Film de Animación por El Viaje de Chihiro, como si acaso le hicieran falta ya reconocimientos, cuando más que de sobra ha demostrado que sabe lo que se hace, y que es un artista en esto de la animación y, por extensión, del mundo del cine.

La particular versión de Miyazaki del cuento de la Sirenita viene apadrinada por la distribuidora Disney, cuya versión del cuento de Hans Christian Andersen se ha convertido en un clásico por obra y gracia del cangrejo Sebastián y las canciones de Alan Menken. Ponyo sólo se inspira levemente en la archiconocida historia, para acompañarla de las constantes de la casa: una intrigante galería de personajes mágicos, la omnipresencia de la naturaleza castigada por el hombre, y una ternura y un gusto por las historias pequeñas a las que cada vez estamos menos acostumbrados en el cine de ahora.

Quizás para algunos esa ternura aparezca como cursilería. O demasiado infantil. Ya sería una lástima que los chistes escatológicos de Toy Story y sus personajes almidonados no nos dejaran apreciar la grandeza de la sencillez de Miyazaki. Sus imágenes, muchas veces tan evocadoras, fluyen con toda naturalidad, pese a que nunca hemos visto antes seres de esa guisa. Tal vez el ritmo se atragante a veces, pero no importa. A Miyazaki se le perdona todo.

Lo mejor: su galería de imaginativos personajes y su sencillez.

Lo peor: que el niño que todos llevamos dentro se te haya marchado de vacaciones.

Pues nada, si el Maestro Tururú lo recomienda así, corro a comprarme el DVD...