10/11/12

El Piano



Cine primario
El Piano sigue siendo una película magnífica. Es cierto que la historia de fondo no es nueva (recuerda, por ejemplo, a otra película soberbia, Memorias de África), pero se reviste de una sensibilidad superlativa y de pequeños detalles que tienen que ver con el mundo de los sentimientos, el amor y el sexo y, sobre todo, con nuestros orígenes, el hombre primitivo y su contacto con un entorno salvaje, y los primeros descubrimientos  (atisbos de un paraíso nunca imaginado). El viaje de Ada y su hija es una ruta iniciática a través de los sentimientos más primarios, de la mano de una melodía inolvidable.


De hecho, es imposible concebir la película sin la partitura que compuso Michael Nyman. El tema principal ha sido repetido y machacado hasta la extenuación, y su fama es justamente merecida. El resto no le desmerecen. Era tarea muy complicada expresar los sentimientos de una mujer a través de la música, pero Nyman lo consigue de manera brillante, en la que es sin duda su obra cumbre, muy lejos del resto de su producción. Pese a la categoría de la música, sería injusto detenerse ahí, sin acercarse a los matices y detalles del resto de la cinta.



Nada es casual aunque lo parezca en la pieza maestra de Jane Campion: el bosque abigarrado de Nueva Zelanda, las piernas hundiéndose en el barro, o el mar violento y encrespado que presagia lo peor durante el desembarco que abre la cinta. También los aborígenes tienen que ver con ese choque de culturas, demostrando cómo la civilización ahoga las pasiones y nos transforma en seres más complicados, más infelices. La fotografía nos ofrece escenas maravillosas, como ese piano en caja de madera abandonado en una playa inmensa y solitaria, o, en una de las escenas del final, esa inquietante imagen de Ada dentro del agua, atada al piano, en lo que es una liberación y una pérdida al mismo tiempo (de reminiscencias psicológicas tal vez: el superyó controlando al ego. O, ¿qué es si no la civilización, sino el superyó que controla los instintos?)


Es esa relación entre el piano y Ada mágica y enfermiza al mismo tiempo. Es maravillosa su manera de expresarse con la música, pero, a su vez, esa relación la aparta del habla y de comunicarse (la música es, otra vez, algo primario, y el lenguaje, lo evolucionado, lo establecido). La dualidad está presente en todos los aspectos de la cinta. El personaje de Harvey Keitel es canalla y egoísta pero a la vez sabe ser generoso y sincero. La oscarizada Anna Paquin no solamente se mueve entre el amor-odio a su madre, sino que además se reviste de matices sencillos, expresándose con el movimiento tanto como con sus palabras.

El Piano cuenta con una dirección de primera línea, que solamente pierde el pulso ligeramente en las escenas finales, y que deja a los actores libertad absoluta para construír un caleidoscopio de las emociones humanas con cuatro pilares: Holly Hunter, Harvey Keitel, Sam Neil y Anna Paquin. Envidia y celos, miedo, deseo, ira, amor al fin, todos pasean por los personajes con credibilidad absoluta. Por supuesto que el trabajo de Holly Hunter es increíble, en particular en esas escenas de sexo socavado, en esas caricias que ya ninguna persona de nuestros días puede dar: las de un adolescente temeroso que siente por primera vez otra piel junto a la suya, las manos, las muñecas, un centímetro apenas de muslo que se deja entrever en el roto de una media. Si bien es cierto que las mujeres parecen dominar la función, es el trabajo de Harvey Keitel, mucho más anónimo, el que merece ser revisado, al mostrar sus sentimientos de forma mucho más sosegada pero expresiva. Sus frases, breves y contundentes, y su entonación, son todo un manual de actores(por supuesto la versión original es imprescindible). Sam Neil, dentro de sus limitaciones, está sobresaliente como el pomposo y asustado terrateniente que compra a su mujer en Escocia (ningún lugar más lejos, seguramente)


El Piano se encontró con la obra maestra de Spielberg, la Lista de Schindler, en los premios óscar de ese año, pero seguro que hubiera cosechado un mayor número de galardones de no ser así. De hecho ganó en el Festival de Cannes. La película es, en sí misma, una dualidad: una cinta sencilla, con historia simple, con pocos personajes, pero que por dentro es inmensa. Viene creciendo con el tiempo: esperemos que con tanto superhéroe en 3D no caiga en el olvido. Desde Tururú por supuesto recomendamos revisarla.

Lo mejor: (casi) todo
Lo peor: nada realmente importante




Y además es visualmente apabullante. Y sin efectos especiales por ordenador. ¿Se puede pedir algo más? 


3 comentarios:

  1. Esta es una cinta que tengo pendiente de revisión, la vi cuando se estrenó y no me gustó demasiado... eran otros tiempos y yo me esperaba algo diferente de una película con Harvey Keitel.
    Por supuesto no estaba yo tan asilvestrado como para no captar el inquietante lirismo que impregna toda la película. En su momento me impacto más la fotografía, con esos filtros azulados que enfrían paisajes y escenas, que la celebérrima música de Nyman.

    El caso es que ahora tengo bastantes ganas de recuperarla para degustarla con más perspectiva y con menos prejuicios.

    Un saludo.

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  2. Es una buena película aunque la encontré sobrevalorada, fui a verla más que nada porque me gusta la música de Nyman aunque mi hermano el pianista opina que "es música de Purcell y John Cage encajada a hostias". Estaba muy bien Holly Hunter ¿Qué habrá sido de ella? Saludos. Borgo.

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  3. Poesía, música y una fotografía llena de lirismo así recuerdo esta película. Harvey Keitel en un papel poco frecuente en el y mucho azul.
    Un saludo

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