Harrison Ford es un policía cínico y desencantado. Como buen Marlowe de un siglo XXI que nunca será como lo imaginamos, se rodea de mujeres fatales, superiores hipócritas, callejones oscuros en los que siempre llueve. Blade Runner es una historia de cine negro sobre dos personajes: un robot amoral obsesionado con la vida y un asesino con escrúpulos. Alrededor, las persianas del edificio de la Tyrell bajan despacio sumiendo a Sean Young y a su traje ajustado estilo años cuarenta en una penumbra rojiza. Deckard buscar escapar de todo, terminar con su último encargo y desaparecer de la ciudad de locos en la que Los Ángeles se ha convertido. Y si es con Rachel mejor. Rutger Hauer quiere más tiempo; es en realidad un enfermo terminal, pero tiene contra quién rebelarse y a quién echar la culpa. Lo mejor de esta película es lo que no se muestra, lo que no sucede: las dudas (más bien certezas) de Harrison Ford sobre su origen replicante; el miedo que atenaza a esos robots perfectos siempre en huída; el creador orgulloso y ciego (doblemente ciego, como en aquella terrible pero maravillosa escena en la que el hijo mata al dios); la escena de sexo, que no de amor, en la que el robot debe ser sometido; la falta de ética de Roy, un niño asustado de cuatro años encerrado en el cuerpo de un superhéroe. Nada es casual en Blade Runner: el detective obsesionado con la papiroflexia, el ingeniero disminuído, la obsesión por los ojos que recorre toda la película (desde el test Voight-Kampf hasta el búho de Rachel, como si fueran los ojos la puerta hacia el alma en una película que se pregunta qué es éso, dónde está). El marco perfecto de la música electrónica de Vangelis, junto con la iluminación, la dirección artística, el cast impresionante o un guión que se fue completando durante el rodaje (al estilo de Casablanca) son sólo detalles técnicos y por lo tanto fríos. Como le ocurre a los personajes de la cinta, es difícil distinguir al robot del humano, distinguir qué es el alma, dónde reside. El alma de Blade Runner es inaccesible, pero sus fotogramas destilan magia y están tan vivos, o tan muertos, como Roy, como Deckard, como nosotros, porque, quién vive.
C.H.O.F.
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En una sociedad normalmente estructurada, diríamos que los documentales
representarían la forma más avanzada de acercar el audiovisual a las
texturas...
Hace 9 horas
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