Blade Runner ( Parte I ) - Lágrimas en la lluvia
Decir que Blade Runner fue mi bautizo en el cine adulto sea tal vez decir demasiado. Lo cierto es que tuvo bastante de iniciación. Quedan algunas veces (pocas) en la vida momentos especiales, que vuelven de cuando en cuando; de los que no se recuerdan, quizá, salvo uno o dos detalles absurdos, y una sensación. Yo recuerdo la sensación fantástica al final de la película: las puertas del ascensor se cierran sobre Deckard y nos asaltan las letras sobre negro con la música de Vangelis. Queda el regusto amargo de la historia, también las preguntas sobre el film, que han de reposar. La primera vez que vi Blade Runner fue en una proyección gratuíta en el centro cultural de la Caja Rural, en la Plaza de Fuente Dorada de Valladolid, que está muy cerquita de la Plaza Mayor. Tendría yo dieciocho años, y hambre de cultura y de experiencias y de cosas distintas de las que se pueden encontrar en una ciudad pequeña y conservadora (de provincias, para entendernos). Yo había crecido con los Goonies, los Gremlins, la Jungla de Cristal, y había visto Sin Perdón como si una bofetada me despertara por dentro cosas, cuando yo esperaba haber visto otro Silverado (tiros, buenos y malos). Después leí sobre aquella película de culto del 82, y un día se me apareció la oportunidad de verla en aquella salita de sillones incómodos. No había por entonces redes P2P ni DVD a 6 euros, así que no era una oportunidad de dejar pasar. Fue la primera vez que iba al cine yo solo. También la primera película que vi en versión original subtitulada. Y tuve la suerte de que era el montaje del director, que mejora bastante la cinta original. Se apagan las luces de la sala, y se encienden otras: las del edificio de la corporación Tyrell, los coches voladores, las llamas en los tejados, la luz en la pupila durante el test Voight-Kampff.
Decir que Blade Runner fue mi bautizo en el cine adulto sea tal vez decir demasiado. Lo cierto es que tuvo bastante de iniciación. Quedan algunas veces (pocas) en la vida momentos especiales, que vuelven de cuando en cuando; de los que no se recuerdan, quizá, salvo uno o dos detalles absurdos, y una sensación. Yo recuerdo la sensación fantástica al final de la película: las puertas del ascensor se cierran sobre Deckard y nos asaltan las letras sobre negro con la música de Vangelis. Queda el regusto amargo de la historia, también las preguntas sobre el film, que han de reposar. La primera vez que vi Blade Runner fue en una proyección gratuíta en el centro cultural de la Caja Rural, en la Plaza de Fuente Dorada de Valladolid, que está muy cerquita de la Plaza Mayor. Tendría yo dieciocho años, y hambre de cultura y de experiencias y de cosas distintas de las que se pueden encontrar en una ciudad pequeña y conservadora (de provincias, para entendernos). Yo había crecido con los Goonies, los Gremlins, la Jungla de Cristal, y había visto Sin Perdón como si una bofetada me despertara por dentro cosas, cuando yo esperaba haber visto otro Silverado (tiros, buenos y malos). Después leí sobre aquella película de culto del 82, y un día se me apareció la oportunidad de verla en aquella salita de sillones incómodos. No había por entonces redes P2P ni DVD a 6 euros, así que no era una oportunidad de dejar pasar. Fue la primera vez que iba al cine yo solo. También la primera película que vi en versión original subtitulada. Y tuve la suerte de que era el montaje del director, que mejora bastante la cinta original. Se apagan las luces de la sala, y se encienden otras: las del edificio de la corporación Tyrell, los coches voladores, las llamas en los tejados, la luz en la pupila durante el test Voight-Kampff.
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