4/9/09

Mareo tecnológico

Películas en 3D
Se estrena en algunos cines un trailer extendido de Avatar, esa película en la que James Cameron lleva trabajando doscientos años. Supongo que no sabía que hacer con tanto dinero después del taquillazo de Titanic y, en lugar de comprarse una colección de Ferraris o dárselo a los pobres o gastárselo en vino (sin duda mucho más nobles acciones) se ha dedicado a revolucionar el mundo del cine con lo que promete ser la maravilla de las maravillas digitales. Yo he visto el trailer y me ha parecido que no hay para tanto; es más, me suena a una mezcla de ciencia ficción y fantasía sin mucho donde rascar, y con un diseño de personajes que no me ha gustado. En realidad, estas mejoras tecnológicas suenan a tapadera, a intentar camuflar la falta de ideas con fuegos artificiales. Da la impresión de que sería como decir que si lees una novela en uno de esos libros digitales es mucho mejor, porque claro, la pantalla LCD te hace sentir más cercano a las emociones de los personajes. Pues con esto de las 3D pasa lo mismo. El cine es una narración, así que da lo mismo que sea de dibujos animados, de actores reales, en 4D o en pantalla gigante o que te salpique agua, como en aquel sistema que despedía aromas en la butaca (menuda chorrada, por cierto). En 3D he visto Beowulf y también Monstruos contra Alienígenas y también alguno de esos documentales que proyectan en los Imax, y, francamente, está bien, es recomendable ir algún día, pero la sorpresa del hacha que vuela hacia el espectador tiene un límite (o éso espero). Es gracioso mirar hacia el patio de butacas vistiendo esas (antiestéticas pero incómodas) gafas. Y también alguna gente se marea un poco con tanto movimiento tridimensional. Yo me recuerdo de pequeño con esas gafas de papel rojiazules, viendo Jaws 3D y similares. No era su momento, pero es que quizá no lo sea nunca. Esas voces que proclaman que las 3D son el futuro, y que volverán a llevar a la gente al cine, van muy despistadas. Los cines volverán a llenarse cuando las películas vuelvan a ser arte, y sean creativas y no una colección de tiros y clichés. Y, sobre todo, cuando los blockbuster dejen de tratar al espectador como un imbécil. Será entonces cuando la gente vuelva a las salas, cuando merezca la pena gastar dinero por compartir con alguien el placer de disfrutar de una buena historia, bien contada, y que remueva un poquito esa materia gris que, día a día, con tanto videoclip de hora y media y tanta tontería, se va apagando, casi a la misma velocidad con la que las salas de cine echan el cierre.
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