27/4/11

Semana de Ben-Hur (I)

Ben-Hur y la religión
Clásico entre los clásicos, Ben-Hur ha vuelto a proyectarse esta Semana Santa en alguna (o todas) de las cadenas de la televisión española. Por encima de La Historia más Grande Jamás Contada, Quo Vadis o Jesús de Nazaret -otros pesos pesados de esas fechas-, Ben-Hur es seguramente la más famosa película sobre la Pasión de Cristo. Curiosamente, o precisamente por eso, Ben-Hur es mucho más que la historia de la vida de Jesús, y, si bien el componente religioso es protagonista en la última parte de la película, hay muchos otros atractivos en una trama que es, en el fondo, muy sencilla, pero que engancha, y cuyas connotaciones van mucho más allá. Y todo con una calidad fuera de escala.

Hay que reconocer que la Biblia contiene algunas buenísimas historias, y que los Evangelios son con todo mérito un best-seller, en el buen sentido (que también hay mucha castaña comercialoide por ahí). Existiera o no Jesús, fuera o no hijo de Dios, y, pese a todo lo malo que su figura ha conllevado con el tiempo (desde la Inquisición a los abusos a menores, pasando por el robo de niños en los hospitales y otros escándalos), lo cierto es que para la época (una época en la que los horrores del circo romano -espanto glorificado gracias a la gran pantalla, pero espanto bárbaro igual- eran tan sólo la punta del iceberg de la crueldad del supuestamente civilizado Imperio Romano) el mensaje de Jesús es tan moderno y tan grande que cualquiera pensaría que surgió en el siglo XVII de entre las vestimentas de algún papa inspirado. En estos tiempos en los que volvemos a la barbarie poco a poco (palizas porque sí en las grandes ciudades, racismos y discriminación, pero, sobre todo, un egoísmo y un desdén por el prójimo supinos) ese mensaje de “amar es mejor que odiar” puede parecer cursi o pasado, y, sin embargo, que bonito sería pensar un poco y tomarlo en serio y darse cuenta de que el altruismo es más satisfactorio que piratear películas o comprar un bolso.

La mejor escena de Ben-Hur no es la carrera de cuadrigas, ni la muerte de Mesala tras la carrera, sino ese plano en el que Heston ofrece agua al Cristo que carga la cruz, al igual que el hijo del carpintero hiciera mientras le llevaban a galeras. Es un gesto sencillo que cierra el círculo, en el que los dos protagonistas de la historia se funden en un instante y quedan conectados para siempre. Judá no encuentra alivio en la muerte de su enemigo, pero sí en el perdón. No hemos avanzado mucho en dos mil años, pero al menos sabemos el camino a seguir.


Wyler nunca muestra el rostro de Cristo en la película. El que sabe, sabe.

1 comentario:

  1. Tu blog está excelente, me encantaría enlazarte en mis sitios webs. Por mi parte te pediría un enlace hacia mis web y asi beneficiar ambos con mas visitas.

    me respondes a munekitacat@gmail.com

    besos

    Catherine

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