27/6/10

La Columna de Corto

Mi buen amigo Corto Maltés, colaborador ilustre de este blog, nos regala este texto sobre los hermanos Coen y el sentido de la vida. Lean, lean.

Un tipo serio

La vida no es como el cine. Imaginemos que uno se levanta por la mañana y sigue su rutina habitual. Supongamos, por ejemplo, que ese día uno tiene un reconocimiento médico y luego tiene que ir al trabajo. Digamos que uno es profesor universitario: atiende en su despacho a un alumno, imparte una clase, le transmiten el recado de varias llamadas de teléfono que no le da tiempo a responder. Se marcha a casa. Todo ello vivido con absoluta indiferencia, sin nervio; quiere decirse, sin que uno espere que suceda ese día nada extraordinario. Así la vida cotidiana de cualquiera de nosotros, exenta de épica de ningún tipo.

Pero ¿quién no se ha imaginado alguna vez que su vida es una película? Revivamos con esta perspectiva todo lo anterior. O mejor, supongamos que somos testigos de los hechos, como los espectadores de una sala de cine. Vemos como el personaje llega a su casa, conversa con su mujer (que está enfadada), sus hijos le responden de forma impertinente, tiene que subir al tejado para arreglar la antena de la televisión, que se ve mal; sucesos que a veces parecen aleatorios, a veces sorprendentes o incluso injustos. Al contrario que en la vida real, en la que las cosas parecen, a veces, deslizarse intrascendentemente junto a nosotros, el hecho de ver esa historia en el cine hace que esperemos que pase algo, que las cosas que vemos tengan una razón de ser que las haga memorables, dignas de ser contadas.

Volviendo a la historia, digamos que el protagonista, ante la circunstancia evidente de que sus asuntos cada vez van peor (su esposa le deja por otro, tiene que mudarse con su hermano a un motel, siente la amenaza de perder su trabajo), también busca una explicación a sus desgracias, una razón de ser de lo que le pasa. Acude sin éxito a consultar a su abogado, también a varios rabinos -es judío, reflexiona sobre su vida; quizá el Altísimo le castiga por algo horrible que ha hecho pero no es capaz de identificar, acaso Él conoce el sentido de todo lo que le pasa y sólo cabe resignarse ante Su voluntad. Nosotros, espectadores silenciosos e impotentes, asistimos al espectáculo de su derrota paulatina también esperando una respuesta –una lógica a la historia, cada vez más catastrófica. A veces nos reímos de los sucesos, pero acto seguido nos revolvemos inquietos en la butaca, porque intuimos confusamente que lo que le acontece a este anodino personaje le podría ocurrir a cualquiera, también a nosotros mismos. Es rara esta película, en que todo parece un tanto arbitrario, un poco como sin sentido.

Acaba el filme (abruptamente), se encienden las luces y salimos de la sala; quizá esperábamos otro final que explicase mejor las cosas, que nos diese una razón explícita, última, de todas las desgracias a las que hemos asistido. Digamos hipotéticamente que ya fuera del local –es de noche y hace algo de frío–, dudamos sobre el camino que hemos de seguir para volver a casa. Finalmente nos paramos en un paso de peatones. Cambia el semáforo y empezamos a cruzar la calle, la cabeza aún dándole vueltas a la película, al trabajo pendiente del día, a lo que haremos de cena un rato más tarde, para coincidir exactamente en el mismo momento y en el mismo lugar del universo con un coche negro, a más de cincuenta por hora, que no ha visto el disco en rojo. La vida misma.

1 comentario:

  1. Muy bien escrito este post.
    Para mí, se trata de una peli estupenda. Muy muy llena de la verdadera esencia de los Coen.

    Mis respetos,
    El Guardián

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