Con la Muerte en los Talones en The Scoop
El Ayuntamiento de Londres (mi amada y odiada ciudad de acogida) programa un ciclo de películas al aire libre, en el auditorio situado junto a su edificio principal, en el South Bank. North by Northwest, la archiconocida película de Hitchcock, es un disparate auténtico, un desparrame de buenos momentos, de escenas memorables, de personajes cautivadores, de buen hacer. La música de Herrmann acompañando esas líneas de los títulos iniciales, que funden en el muro cortina de un edificio (sublime), la persecución de la avioneta o el final en el monte Roosevelt no necesitan presentación ni comentario. Quizá la segunda parte se hace un poco larga, en la medida en que Cary Grant se transforma en el agente secreto que nunca sospechó ser, o Eve Marie Saint (rubia, cómo no, y espléndida) abandona su rol de Mata-Hari tremebunda y abraza el estereotipo de mujer enamorada con traje de chaqueta. Quizá sea por eso, o tal vez sea por los asientos de piedra y la lluvia.
Quizá sea por eso. El lugar. Las películas son tan sólo plástico, capturas de un objetivo que nos son devueltas, proyectadas muy deprisa, gracias a un cañón de luz y una pantalla blanca. O gracias a la combinación de unos y ceros inscrita en un DVD. Las películas son sólo éso, pero el cine tal vez sea otra cosa; sea tal vez, además, o principalmente, la sensación que un visionado nos produce. El momento, el lugar. El cine nos permite grabar a fuego en la memoria esos momentos, esas salas. Una película que vimos en la adolescencia con los amigos. El cine de la playa con las sillas plegables de madera lacada, tan viejas. La primera vez que fuimos al cine con esa novia con la que nos casamos, o que nos perdimos media película porque nuestra atención estaba en otra parte, más sinuosa, más cálida, y la música y los diálogos eran sólo telón de fondo de los besos. Tal vez es una sala vacía y enorme sólo para nosotros, o una visita al cine con la familia, o ese primer mazazo del cine de verdad, cuando tiene uno la impresión de haber visto una película redonda y las luces se encienden dejándote lleno de imágenes, de sueños.
Hace unos días he visto Con la Muerte en los Talones en The Scoop. Sobre el Tower Bridge, al fondo, la luna llena se escapa de las nubes. Con la primera brisa tan fría se calan los sombreros y las parejas se aprietan; sólo después de mucha lluvia los paraguas se abren ante la cinta imperturbable. Se queda en la memoria una buena película, una noche cualquiera, en una compañía inmejorable. Hitchcock, un paraguas. Quién fue el idiota que dijo que la vida es aburrida.
Tiene usted razón, hay películas que por circunstancias no se olvidan, son como los amores de verano.
ResponderEliminarEspero que siendo al aire libre no les llueva, RAFA V. Por cierto ¿conoce la historia del extraño corte de la censura española con esta película? está en mi entrada "Madame Tijeras" del 5 de junio de 2009 de este blog. Saludos. Borgo.
ResponderEliminarEso dicen Cahiers, eso dicen…
ResponderEliminarBorgo, claro que llovía, como siempre aquí. Me sabía lo que me cuenta, pero lo releo en su prodigioso y recomendable blog. La otra escena censurada sin piedad es la de la conversación en el tren. Ahí si que la Saint dispara con balas de verdad a Cary Grant, que está encantado, cómo no. Un diálogo picarón y muy divertido que nos perdimos por culpa de las mentes bienpensantes de la época.
Es verdad, la conversación en el tren... creo que esta noche revisaré la película en mi DVD. Suerte que no censuraron la última escena: la del tren penetrando en el túnel. Se podría interpretar de más de una manera. Borgo.
ResponderEliminarBuena elección. Esa última escena me provocó una amplia sonrisa, pero sólo se me ocurre una interpretación ;-) Pensaré, pensaré sobre ello. Saludos.
ResponderEliminarCon películas como esta la vida no puede ser aburrida...mi escena predilecta más allá de la mítica de la avioneta, es el momento de la subasta...cómo me llegué a reír con ese momento
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