9/10/09

La leyenda del Bon Vivant

Errol Flynn
Me encuentro por casualidad una nueva biografía de Errol Flynn, tal vez el vividor por excelencia de la historia del cine. Curioso este recorrido por la flor y nata del lado oscuro de Hollywood que llevamos esta semana, y juro que no ha sido a propósito: primero Roman Polanski, luego Woody Allen y ahora Errol Flynn; se ve que la lista es interminable (mejor será no escarbar más). Alcohólico, adicto a las orgías, violador de jovencitas (aunque siempre salió absuelto en los juicios), instrumentista de precisión al piano (o eso contaba Marilyn, que imagino que estaría encantada con el espectáculo), juerguista impenitente e indisciplinado, este auténtico Demonio de Tasmania, de donde era originario, murió a los cincuenta años después de desgastarse a base de exprimir la vida. Películas como El Capitán Blood, Murieron con las Botas Puestas o Robin Hood (todas de Michael Curtiz, por cierto director de Casablanca, con quién rodó trece películas) siguen funcionando como ejemplos del cine de aventuras y de un modo de rodar más ingenuo, de cartón piedra, infinitamente más encantador que esos renderizados por ordenador con los que nos asaltan ahora. Saltimbanqui en el más puro estilo Burt Lancaster, de sonrisa canalla, este granuja del Technicolor seguramente tenía un lado oscuro tras las cámaras que va aún más allá de lo que digan las biografías. Fontanero, buscador de oro, friegaplatos, atleta cuasi-olímpico, mozo de almacén, boxeador, capador de reses, pescador, supervisor de una plantación de tabaco, todo éso hizo Errol Flynn en su juventud, antes de ser actor y de retirarse durante sus últimos años a su famoso velero, el Zaca, que por cierto es el que sale en La Dama de Shanghai de mi idolatrado Orson Welles. De sus romances mejor no hablamos. No todo era glamour en el Hollywood de los años cuarenta, pero yo hecho de menos personajes así en el cine actual, algo distinto a ese tipo que vive con un cerdo y que se busca novias camareras para disimular que es gay, o a esa pareja de guapos inexpresivos que no para de adoptar niños thailandeses, u otras historias soseras por el estilo. La vida de Errol Flynn era en sí misma mucho más apasionante que ninguna película. Solía decir que le gustaban el whiskey viejo y las mujeres jóvenes. Amén.



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