A mí me gusta bastante el cine japonés, aunque a veces su ritmo relajado (más bien tirando hacia la pausa perpetua) haga aconsejable parar el DVD de Kurosawa y dejarse la segunda parte para el día siguiente. Me decepciona un poco esta película, porque, si bien todo el conjunto es sobresaliente, e incita a la reflexión freudiana sobre las relaciones paterno filiales que a mí tanto me gusta, en el fondo me ha parecido algo machacona, como si incidiera repetidamente en los mismos puntos. En algunas ocasiones, por ejemplo en la confesión que le hace la mujer al marido durante el baño, los hechos se presentan sutiles, como una pincelada, y no se necesita volver sobre ellos más. Pero en otras, parece que todo se repite, como la frustración del médico porque ninguno de sus hijos ha heredado su profesión, la culpabilidad del hijo que nunca podrá hacer felices a sus padres ni sustituir a su hermano, o esa ausencia que nunca podrá ser rellenada, mariposa amarilla de por medio o no. Todo transcurre plácido, casi se nos presenta como una comedia cuando nos está hablando del drama de la vida, de sueños que no se cumplen, de la impotencia ante la vejez, y de como, sin que nos demos cuenta, terminamos haciendo tarde o temprano aquello que nuestros padres (llámese herencia genética) habían decidido para nosotros, aunque ellos ya no estén. Hace unos meses veía en el teatro Regreso al Hogar, de Harold Pinter, una obra en la que la misma situación de partida se resuelve de forma mucho más tremenda, con una sacudida tras de otra; todo lo contrario de la tranquilidad que se respira en esta casita de campo de Japón. Le comenté a mi novia que me había gustado mucho más la obra de teatro, a lo que me respondió: "Es que Pinter es Pinter". Va a ser éso.
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