24/8/09

Todo lo que sube baja

Up
Resulta que este viejecito malhumorado y rechoncho se construye una nave espacial con una casa de madera y unos globos, y hasta ahí, todo bien. Luego resulta que en el fondo tiene un corazón de oro y, además de quedar como un señor con su amada (es un capricho tonto vivir sin agua corriente y con un calor tremebundo, pero bueno), también se porta bien con el boy-scout gordo y huérfano (que con lo desastre que es, ya me diréis de dónde sacó tantas medallas), con el perro bueno y tonto, con el pájaro de colores (que es más bien pájara, y encima viuda, y que no sabemos por qué se va tan lejos a buscar comida), y si se descuida se hace amigo del viejo loco con la voz de Christopher Plummer, que, lejos de cantar la de Edelweiss (small and white, clean and bright) en la imposible misión de quedar a la altura de Julie Andrews, se ha dedicado a poner collares mágicos a los perros, aunque los pobres no dejan de ser tontos, es lo que tiene. En realidad, como se descubre más tarde, el vejete era un Indiana Jones disfrazado, y reparte mamporros, corre, trepa y salta que ya querría Harrison Ford en esa cuarta entrega tan buena o tan mala como las otras. Lo importante es que al final todos son felices, o eso parece, aunque el chaval sigue siendo huérfano, y el vejete y el pollo chocolatero siguen siendo viudos. Pero bueno, ellos cuentan coches de colores en la acera, lo que viene a ser el colmo de la felicidad, supongo (es que yo no lo he hecho nunca). Mucho mejor este final que los primeros diez minutos, que hacen llorar a la gente a moco tendido. Quitarles el hambre no, por desgracia: las palomitas en el cine son un castigo bíblico que data de los tiempos de la Torre de Babel. Sí, hay que ir siempre a la V.O.S. chicos.

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